tal
como siempre lo hago,
algo
en la gente andaba raro,
¡yo
no podía creerlo!
Sus
ojos estaban cerrados,
y
así recorrían las calles,
yo
no perdía detalle,
los
contemplaba pasmado.
El
paisaje era hermoso
donde
quiera que veía,
todo
florecía
cual
pintor haciendo esbozos.
¡Asombroso!
me decía,
más
mayor era mi asombro,
cuando,
al mirar por encima del hombro,
notaba
que nadie veía.
Cuando
tu felicidad se veja,
no
debes cerrar los ojos,
pues
es pasar el cerrojo
y
encerrarte tras las rejas.
A
mis oídos llegó el espanto,
por
lo que a lo lejos escuchaba:
al
pie de un árbol estaba
una
niña hundida en el llanto.
Me
acerqué un poco afligido,
me
dijo con desconcierto:
"mi
corazón está despierto,
por
eso puede ser herido".
Me
miraba con empeño,
la
niña no me mentía,
pues
en sus ojos brillantes, veía
brillar
corazón y sueños.
“Una
vela no fue hecha -le dije-
para,
después de prenderla,
correr
a esconderla
y
que no ilumine ni una brecha.
No
ocultes tu humilde luz,
no
temas al enemigo,
pues,
al herirte, llevará consigo
una
marca, una cruz”.
Cuando
tu felicidad se veja,
no
debes cerrar los ojos,
pues
es pasar el cerrojo
y
encerrarte tras las rejas.
Puse
a la niña en mis brazos,
me
soltó, estaba sonriendo,
se
despidió y se fue corriendo:
florecía
vida a su paso.
Ayer
te vi, te estaba buscando.
Te
vi, y llovía a cántaros;
y
sé que detrás de tus párpados
también
me estabas mirando.
Me
recordaste a aquella niña.
-Abre
los ojos, -te dije-
que
el infierno nos aflige
pero
el cielo nos anima.
Y
si te hieren, si ese es el caso,
no
eres pequeña ni frágil,
pero
la solución es fácil:
podrás
llorar en mis brazos.
Cuando
tu felicidad se veja,
no
debes cerrar los ojos,
pues
es pasar el cerrojo
y
encerrarte tras las rejas.
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