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domingo, 21 de septiembre de 2014

Todavía (20 de Septiembre, 2014)‏

Tu esperanza con la mía
se encontraron al mercado,
y ante tal altercado
cometí la fechoría
de tenerte aquí a mi lado.

Abandonar la prosa
y las caricias medievales.
El silencio de estampida
que embiste mis arrabales.
La ginebra adolorida
que besaba todos mis males.

Si te quitas la camisa
y te recito en otro idioma.
Si escalamos por la brisa
y tu falda se desploma.
Si el aroma de tus ojos...
si los ojos de tu aroma...

Si me quitas la camisa
jugaré con tus dolores.
Uno a uno, los botones
que reboten en tu pelo.

Luego vete por dos días
y si escribo, no respondas...
luego búscame en las sombras,
y si escribo, no te opongas.

Si me quieres es completo
si no me quieres, no lo digas
me gustarás más todavía.
Y entre prosa y poesía
se me colarán los besos.


José Tedesco

Asalto (16 de Septiembre, 2014)‏


El techo era una cortina negra y vieja, un verdugo que ahogaba con sus huesudas manos cualquier vestigio de luz.


Horacio trabajaba todavía, presa de su energía inagotable y de su creciente temor a dormir. 

La vigilia, cada vez más insostenible, actuaba como un guardián infalible contra las poderosas ráfagas que eran sopladas desde el horizonte y venían a embestirle el rostro y a resquebrajarle la calma. 

...Y entre uno y otro golpe de hoz, la escuchó de nuevo. 

Comenzó como lo que parecía un inocente tintineo a destiempo. Era Clarisa, y él lo supo en seguida, pero trataba de ignorarlo. 

Si su instinto de fugitiva hacía su trabajo, podría sortear las trampas con su astucia de siempre, incluso si esta vez habían sido redobladas. 

A medida que sus manos adquirían confianza, el ruido se hizo ligeramente más perceptible. Casi podía escuchar los dientes de Clarisa hundiéndose en una manzana del depósito, o el susurro agudo de su cuchillo cuando le arrebataba la vida ipso facto a una gallina, que luego escondería en su bolsa momentos previos a su huida... o al intento. 

Clarisa errante, ¿cuándo fue que olvidaste las precauciones propias de tu experiencia? 

Ahora Horacio va a tener que entrar a verte, colgando de las manos, y consumirte. 

La bañó en aceite perfumado y extendió un brazo. De su cintura, extrajo su cuchillo ensangrentado con un susurro agudo, y apagó la antorcha con una leve sonrisa, para que el verdugo los ahogara a ambos mientras se ahogaban el uno al otro.

José Tedesco

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Eternidad (8/Sep/2014)‏

"Fuimos al bosque a cazar conejos, pero al final nos arrepentimos. Así que tuvimos que cazarnos entre nosotros" Brenda Castillo.

Aprendí a cazar a temprana edad. Llegaba borracho a la casa, con la cena sobre los hombros o en las manos, y mi vida giraba en torno a las armas blancas y la cacería desmedida.

Nadie se pregunta por qué una flecha nunca se parte, si puedes usarla mil veces y dar en el blanco con ella, siempre.

Llegaste tan sigilosa, y pisando mi territorio tan firmemente, que te confundí con un tigre. Así que te disparé mi flecha entre ceja y ceja antes de poder vencer mi instinto de supervivencia.

Todo sucedió en milésimas de segundo, y a la vez fue eterno. El tiempo es subjetivo y maravillosamente moldeable cuando de amar de trata.

Nos fuimos a una taberna y luego paseamos por entre los árboles, charlando y bebiendo vino copiosamente.

Nos contamos la vida entera, y eso que nunca hicimos el amor con los ojos abiertos.

Tú tenías conejos blancos en tu casa, y te hacían compañía. Yo tenía conejos negros, muertos, en la mía: eran mi comida favorita.

Tú me hablabas de poesía y recitabas versos perfectibles que sólo le quedaban bien a tu voz. Yo estudiaba minuciosamente tu cuerpo con mis dedos.

Un día te vestiste con tu pijama y me besaste por primera vez. Dijiste que era un beso de buenas noches.

Fue entonces cuando finalmente mi flecha terminó su recorrido, pero no era el mismo recorrido que yo había dibujado, o tal vez sí.

Esa noche llegaste borracha a tu casa, conmigo (lo que quedaba de mí) en tus manos, y no hubo sufrimiento, porque a veces una fracción de segundo es eterna. Sólo me dejaste caer al suelo, a mí y a mi flecha, partida a la mitad, y fui la almohada de todos tus conejos blancos esa noche.

José Tedesco

lunes, 8 de septiembre de 2014

Intervención (5 de Septiembre. 2014)

"No basta con eliminar el corazón para borrar el amor" Psicóloga desconocida, pesadilla del 12/8/2014

Se presume, observando el pálido firmamento, que el diluvio será abundante y tormentoso. Al menos eso indica la mujer que se pasea tranquilamente de un lado a otro de la sala, con esa bata blanca que la hace ver tan elegante y tan imponente.

Nadie sabía que estaba ahí, y ni siquiera yo mismo podía determinar si estaba soñando o en plena y cruda realidad. Supongo que era mejor así.

"La infección se hizo más fuerte, cariño. La operación no tendrá éxito, y temo que te va a doler un poco más. Pero descuida: prometo que estarás sano". A las mujeres con voz y palabras hermosas, como ella, se les responde de dos formas: o huyendo, siendo presa del miedo, o dejándose cautivar, siendo presa del encanto. No conozco ninguna otra forma razonable de confrontar tanta fuerza. Yo decidí dejarme cautivar. Era miel lo que mantenía húmeda esa curiosa lengua, que parecía una adorable víbora cada vez que hablaba.

Por supuesto que la amé en seguida. Amaba su voz, canción de cuna para mis preocupaciones y dolores. Amaba sus palabras, la forma en que las oraciones parecían manjares. 

Si hubiese sido ciego, la hubiese amado más.

Era demasiado para alguien que escribe, pero me quedé ahí, irremediablemente embriagado, dedicado a escucharla y escribirle. Escribirle, porque hablar sería insultar el momento, como ponerse de pie en el cine en mitad de una película y comenzar a gritar.

Si hubiese sido mudo, me hubiese amado igual.

Por supuesto que se negó rotundamente (cosa que ya yo veía venir), en mitad de la operación, a removerme el corazón. Ella tenía más esperanzas en mí que yo mismo. Es hermoso el amor entre una guía y un perdido.

Y desde entonces la cicatriz en el pecho late por el extraño individuo que tiene debajo.

Ella consiguió la forma de sanarme en poco tiempo. El dolor no llegó a acentuarse lo suficiente cuando ya se estaba esfumando. 

Yo no volví a hablar. La llevaba al lago cuando había luna llena y ella dormía en mis piernas mientras yo le escribía hasta que despertara.

¿Que si hubiese sido sordo? No lo hubiese soportado, y se estarían ahorrando esta lectura.

Hasta los huesos (4 de Septiembre. 2014)‏

Quizá no haya nadie que sepa esperar el momento preciso para poner a bailar a su dama en el tablero mientras me muerde el cuello tal como lo haces tú.

Podemos encontrarnos en la ironía que implica el hecho de que te haya conocido desparramada entre una pesadilla y otra; o podemos simplemente fingir que nunca nos hemos visto, darnos la mano en algún lugar sin importancia, decir nuestros nombres y terminar, semanas después, firmemente entrelazados entre las sábanas y los escombros.

Y es que a mí me gusta hacer el amor así, como el mar, mecerte delicadamente y luego hundirte, hacer que todos los cimientos se vengan abajo. Y ya que el amor tiene tanta fama de ser destructor, yo para amarte me destruiré también, en tantos pedazos que podré esparcirme sobre tu cuerpo desnudo y rehacerme entre los melodiosos gritos del clímax mutuo.

...Y ahí estás tú de nuevo, bailando con tu dama en el tablero, desviando la atención de mis caballos, asiendo a mi rey por el cuello, imponiendo tu presencia justo frente a mí, invadiendo mi espacio personal, haciéndolo tuyo, envenenándome de amor hasta los huesos.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Por debajo de la lluvia (29 de Agosto. 2014)‏

"Voy a hacer realidad todos tus sueños y alguna que otra pesadilla" Fernando Rivas.

«Queda poco tiempo».

Gélida, pálida y desorientada; así apareciste, nadie sabe cómo, por debajo de la lluvia.

Te creías muerta y yo, sin dejar de ver tu vestido negro y roto, y tus labios petrificados, no veía nada que no estuviera vivo.

Te creías ciega, pero yo miraba con tus ojos y soñaba si los cerrabas.

Así pasaban las horas. Tú llorabas en mi hombro, sin emitir sonido, sin siquiera moverte, dejando que las lágrimas se te resbalaran, libres. Yo escribía, sin emitir sonido, sin siquiera moverme, dejando que las historias se me resbalaran, esclavas de ti.

Así pasaban las horas hasta que llegó el amanecer, cabalgando y con la espada desenvainada, a devolverte la vida y la visión. Noté por primera vez el subir y bajar de tu vientre. En mi descuido, no había notado que no habías respirado ni una sola vez en todas estas horas. Pero incluso cuando estabas muerta, yo no veía en ti nada que no estuviera vivo.

Mordí la piedra, antes de que fuera demasiado tarde, antes de que se acabara el tiempo. Me bebí gota a gota el perfume cálido y me dejé caer, por debajo de la lluvia, en una mirada eterna.

Luego de eso, despertamos al mismo tiempo.

Por un ligero instante (Carta #4. Para XXXX) (23 de Agosto. 2014)

"Regalos insignificantes como un beso en un momento inesperado o un papel escrito a las apuradas, pueden ser valorados más que una joya" Julio Cortázar.

Supongamos, por un ligero instante, que eres un delicado sueño en forma de perfumado humo, y que te cuelas por debajo de las puertas; también flotas por encima de los muros. Así eres tú, sublime e imparable.

Supongamos, por un ligero instante, que eres una leona desterrada, que blando un látigo que me arrebatas de un zarpazo, pero no me asesinas, sino que jugamos a cerrar los ojos y trascender nuestros cuerpos. Así eres tú, fuerte, independiente e indomable.

Supongamos, por un ligero instante, que el mundo es un rompecabezas de muchas piezas. Y tú eres una de esas piezas, una que calza correctamente, una cuyos bordes carecen de imperfecciones. Al contrario: tus bordes han sido restaurados y moldeados. Así eres tú: irremplazable.

Supongamos, por un ligero instante, que esta hoja es un beso que te doy en la frente en un momento inesperado, un papel que, ciertamente, fue escrito a las apuradas, pero con mucho cariño para ti.

Sonríe.