Un
cuerpo que yace inmóvil,
moribundo
en una cama,
rociado
de soledad
a
la luz de una débil flama.
Una
herida mortal
causada
por el destino,
pues
éste actúa a veces
de
un modo mezquino.
Traicionado
por sus vicios,
el
cuerpo inerte,
pues
en la debilidad,
danza
feliz la muerte.
Una
dulce melodía
retumba
en las paredes,
la
araña siniestra que teje pesadillas
nota
cómo se queman sus redes.
Hace
presencia un ángel desnudo
en
la habitación,
contempla
mi cuerpo herido de muerte
con
consternación.
Prosigue
su canto melodioso,
un
poco quebrado por el llanto
las
estrellas, en la ventana,
la
contemplan con encanto.
Fue la primera vez que
vi el agua avivando al fuego, las lágrimas no paraban de brotar de esos
angelicales ojos, haciendo contacto con mis heridas. Podía verlo todo mientras
flotaba por la habitación. Decidí entonces que no era el momento de partir.
Necesitaba decirle a ese hermoso ángel que todo estaba bien. Necesitaba mimar
su cuerpo de mujer, y besar sus alas. Por cada lágrima, la llama se hacía más y
más fuerte
En
un túnel misterioso,
contemplando
mis errores,
miran
al suelo los pequeños,
y
a mis ojos los mayores.
Es
un campo de batalla
donde
debo hacerles frente
-Hay
un ángel que me espera,
no
me pidan ser clemente.
Habilidoso
combate,
pues
en esto ya soy diestro,
aprendí
de mis errores,
ellos
son mis mejores maestros.
Y
al descuidarme un segundo
el
ambiente desaparece,
mi
cuerpo ya no perece,
salgo
del sueño profundo.
Siento
en mí un gran peso,
porque
dejes de llorar imploro,
así
que lentamente me incorporo
y
en tu boca planto un beso.
Era la única forma de detener su canto sin arrepentirme
toda la vida. Me envolvió con sus brazos, y luego con sus alas. Agradecí
profundamente a aquel ser por devolverme la vida.
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