El
general miró al horizonte,
y,
allí donde puso la vista,
una
equis en el mapa,
sus
tropas, de artillería provista.
El
aullido de un lobo,
la
oscuridad de la noche,
la
espada afilada,
la
adrenalina en derroche.
Se
seca las lágrimas,
exhala
un débil suspiro,
-No
se supone -se dice-
que
deba llorar un vampiro.
Pero
él tiene corazón,
y
sus ojos tienen brillo,
a
pesar de su frialdad,
a
pesar de sus colmillos.
Se
adelanta anhelante,
se
esconde entre la maleza,
con
actitud desafiante,
su
mejor arma: la destreza.
El
olor de la presa,
mientras
atento escucha,
su
alma lo invita adelante,
la
luna lo invita a la lucha.
Se
aproxima triunfante,
un
crujido lo delata,
-No
te escondas, te he escuchado.
-Idiota,
de eso se trata.
Le
clavó los dientes sin piedad,
víctima
del masoquismo,
pues
el espejo le tendió una trampa
y
se está matando él mismo.
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