Lo sacaron de su casa fingiendo un simple interrogatorio. Las esposas parecían tragavenados de hielo, ansiosas por arrancarle las manos.
Por la forma en que disimulaban su sonrisa y contenían las carcajadas de satisfacción, él sabía que no lo liberarían fácilmente, o que no lo liberarían en absoluto.
Los muy idiotas le vendaron los ojos al llegar, como si no fuera a memorizar el laberinto silencioso por el que lo llevaban con rapidez. Izquierda, izquierda de nuevo, y la pistola dándole besos salvajes al tatuaje en su costilla.
Cuando llegamos a la sala de tortura, le quitaron la venda y pudo ver que tablero y contrincante ya lo estaban esperando. En la sala contigua, y gracias al espejo/ventana, vio a una mujer, completamente sola, que nunca había visto antes y que no podía verlo a él.
Y apagaban la luz cuando no era su turno,
y quedaba ella, sólo ella su mundo.
Y ya que no podía perder más nada
y que su pistola estaba guardada,
ya que no veía ni noche ni alba
sino su cara desesperada,
ya que no podía aliviar su carga,
se dedicó a observarla
con la mente perdida,
pues podía ser lo último que vería.
Encontró en un rincón
un paseo en la playa
con su camisa de rayas
y un vaso de ron.
Sólo ella, sólo él
como dos amantes expertos
como si sus cuerpos tuvieran
el sabor del otro
como predilecto.
Como si ya hubiese estado
mil y un veces sobre ella
como si el dolor en su costado
fuese su huella...
Como si no se alejara cuando se enciende la luz.
Pasaron juntos toda la velada,
y con el calor que tanto anhelaba
pudo ver que con pinceladas
creaba justas y algarabías
hasta que se hizo de día
y el océano de sequía
le dolió a su mirada.
—Jaque.
Le habían dado un par de minutos para soñar con aquella desconocida, pero ya volvía la amenaza del disparo y se encendían las luces para mostrarle el tablero. Su descuido salía caro, pues un alfil había penetrado en su defensa, y procedería a immolarse a cambio de la torre que le quedaba.
—Todavía se puede– alcanzó a decir el caballo cuando saltó a interponerse entre el alfil y el rey, justo antes de que se apagaran las luces.
En otro rincón
encontró un templo
y entró
con determinación.
Ya no hay alboroto
ni huesos rotos,
ni mucho menos
desesperación.
Ve la estatua
con una estaca
y en seguida nota
que lo está viendo.
No sé si magia,
no sé si rito,
abre los ojos,
vomita gritos,
le escupe muerte,
comienza un sismo,
y sabe que la estatua
era él mismo.
—Jaque.
El tipo sabía usar los alfiles. Le obliga a quitar el rey y luego su propio alfil estará fuera de juego, pero cuando lo hace, la carcajada es inevitable.
El vidrio se empezó a resquebrajar cuando deslizó suavemente la dama por una larga diagonal, hasta dejarla frente a frente con el rey oponente. Su torre pareció salir corriendo por sí misma, hambrienta por la presa. La dama entendió lo que pasaba, pues salió ella misma del tablero, sin quejarse, con un beso en la mejilla.
Cuando tomó el caballo para dar el salto que tenía planificado, el vidrio estalló en mil pedazos. El movimiento fue rápido: el caballo clavó una coz en la cara del rey. Alcanzó a decírselo, por satisfacción personal, antes de tomar a la mujer y comenzar a correr:
—Jaque mate.
—Jaque mate.
Todos sacaron sus pistolas, todos las vaciaron, pero era muy tarde. Ya el dolor en el costado se había ido, ya vivían otra historia, ya otra partida había comenzado. Ya estaban en la playa, o en el templo, o en otro lado... como un ataúd, por ejemplo.
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