“¡Pero
precisamente de aquello que no se puede hablar / hay que hablar, / hundir la
lengua en lo invisible convirtiendo las palabras / en espejo, / navegar en
ellas sabiendo que con barcas sin tripulación, / sin otro interés que el enigma
de qué o quién las transformó / en fantasmas (…)!” Alejandro Jodorowsky.
Detenerse brevemente, tomar impulso
y comenzar a vomitar palabras que vengan de los escondrijos de nuestro cuerpo.
Decir lo que se supone que no se debe decir.
Que te deseo,
por ejemplo.
Que se me
hace agua la boca al imaginarte gemir, gritar… convulsionar de placer.
Que no creo
en Dios, pero sí en iluminados y demonios.
Que no me
importa casi nadie; que soy fácil de derrumbar, sólo que casi nadie conoce el
proceso.
Que a veces
no escribo por placer, sino para que mi incansable imaginación deje de
atormentarme.
Que perdí la
cuenta de las personas que he creído amar y de las que han creído amarme.
Que ahora sé
a ciencia cierta lo que es el amor, y no me parece algo saludable.
Que luchar contra la sociedad es ridículo, inútil y
autodestructivo, pero que no puedo dejar de hacerlo.
Que 59 disparos no matan a una idea, que 59 pastillas
tampoco.
Que te extraño.
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