"¡Ángeles
de mierda! ¡Ojo por ojo; en el sueño ustedes me hacen reventar, en la vigilia
yo los reviento! ¡Tengan! ¡Que sus cuerpos quizás fríos como el de los peces se
traguen mis balas ardientes! ¿Qué? No caen… No se retuercen en la agonía… No
hay agujeros humeantes en sus impermeables… ¡Pero si tienen el vientre lleno de
plomo! Ni una herida, ni una gota de sangre, yo tenía razón: ustedes no vienen
de ninguna parte, salen de mi mente, están hechos de sueño. Las balas reales no
matan a las alucinaciones.
-Ni
las balas falsas matan a los seres reales” Alejandro Jodorowsky.
Como exterminador experto en todo
tipo de seres sobrenaturales, he presenciado millones de veces, muchas bajo la
sombra de mis propias manos, el tenue desvanecimiento de gran cantidad de
espíritus, almas, ángeles, demonios y multitud de seres difíciles de catalogar.
Muchos dejan una huella, una herida, un mordisco envenenado,
una sonrisa honorable. Muchos caen en el anonimato, no logran ni acercarse, son
simplemente un blanco fácil que olvido a los pocos minutos.
Muchos renacen un par de veces más, sedientos de venganza.
Una y otra vez, vuelven a desvanecerse.
Algunos se quedan, te persiguen, renacen infinitamente y de
una forma tan inmediata que resulta una pérdida de energía combatirlos. De esos
algunos les voy a hablar hoy.
Perseguir a la oscuridad es también formar parte de ella. Es
una labor agobiante que muchas veces puede llegar a parecer inútil. Es vivir
asediado por parásitos venenosos, pues es evidente que mientras más blanco sea
algo, más fácil se mancha. Las entidades de gran potencia se combaten desde
adentro, pues en su exterior están amuralladas de tal forma que resulta casi
imposible hacerles daño. Es por eso que, para combatir la oscuridad, debes
hacerte uno con ella, caminar por oscuros desiertos, dejarte consumir y
renacer.
Soy perseguido y atacado constantemente por ocho demonios,
una sombra negra y un idiota que se esconde detrás de la sabia a imponente
figura de un león para fingir ser bueno. Pero no importa cuánto me asfixien
cobardemente mientras duermo; tampoco importa que aumenten el peso en mis
hombros ni que me hieran de la peor forma posible, porque las sanguijuelas no
son inmortales, y tarde o temprano desaparecen.
Acércate un poco más, sin titubear tanto.
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