“Siempre,
la multitud de tu hermosura” Jorge Luis Borges.
Murmullos y nada más se pasean por
la grama del borroso campo visual, lo poco que puede abrirse paso en el espacio
sobrante que deja el ensimismamiento.
Pesadillas opacadas por sueños rotos que impregnan con sus
pedazos las aguas estancadas de un río escarchado.
Hace no mucho tiempo, bastaban unas gotas del mágico caudal
para disipar toda herida, todo vestigio de pensamiento impuro. Ahora queda
simplemente una reliquia atacada por el polvo y un ácido negro.
Quince pasos forman la rutina de verse reflejado en la lámina
opaca. Hoy doy uno más, y me zambullo en la gelidez, en el venenoso mundo
paralelo que aprisiona mis oídos y me calla, y me ahorca… y enciende mis ojos
en el fuego verde de tu omnipresente hermosura.
Caen, uno a uno, los siete pilares que a duras penas se
mantenían con vida bajo aquellas aguas. Mis pies descalzos hacen contacto con
el fangoso fondo de tal inmensidad.
Acostado boca arriba, con un sol ondulante y
naranja que se oculta a lo lejos, saboreo los delicados restos de pureza que
van llegando con el movimiento del líquido, y reconozco antes de perder el
conocimiento que, lentamente, el estanque comienza a purificarse, a ser un río
de nuevo.
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